
El "animal social" de la Estación de Olmedo
Francisco Javier Carrión
El habitante de Olmedo no dista mucho del de otros pueblos de los campos de Castilla. Durante la semana, madruga, trabaja, realiza sus pequeños quehaceres cotidianos y se toma algún que otro descanso frente al televisor. Todo ello mientras en su mente flota la suculenta idea del descanso y el ocio que le esperan el fin de semana. En esos momentos, uno de los planes preferidos por los olmedanos consiste en darse un paseo bajo los rayos del sol por los lugares más tranquilos del pueblo.
En esa ruta se suele encontrar la vetusta estación ferroviaria que, a pesar de los casi 30 años de desuso, sigue en pie para disfrute de los transeúntes del municipio. Los andenes se han hundido bajo la emblemática jardinería del lugar y las curiosas piezas artísticas que se ubican donde los viajeros esperaban antes su tren. Pero todo esto no ha surgido de la nada, sino que ha crecido gracias al trabajo de Félix Orcajo, un olmedano que en 1998 habitó junto a otros dos amigos la antigua estación. Tras estudiar Diseño Gráfico y cursar un módulo de Mecánica del Metal en Valladolid, residió en ciudades tan concurridas como Salamanca o Barcelona. No obstante, este híbrido de los buenos acabó habitando “sin saber muy bien ni el cómo ni el porqué” un edificio que ya podría considerarse patrimonio de Olmedo.
A día de hoy, solo él sigue viviendo en este rincón, en su pequeño “espacio vital”, una casa en la que entró con la idea de llevar su vida como él deseara. No solo cumplió su objetivo, sino que, de manera indirecta, evitó que el edificio fuera derribado gracias al contrato de alquiler que firmó con Adif. Para ellos, el hecho de que alguien habite la estación supone un mantenimiento que de otra manera no podrían lograr. De hecho, ni siquiera el propio Ayuntamiento de Olmedo ha colaborado en la recuperación de la estación ni en la labor que lleva a cabo voluntariamente Orcajo día a día. “El Ayuntamiento no tiene absolutamente nada que ver con la jardinería ni el mantenimiento; no ha colaborado, está totalmente disociado”, explica Orcajo. No en vano, agradece que la alcaldía no le preste su ayuda, ya que ve la estación como un espacio libre donde puede desarrollar su potencial sin cortapisas, algo que no podría hacer en cualquier otro lugar del pueblo. “Si hiciera esto en la plaza municipal de Santa María, me ahorcarían”, afirma tajante el único habitante de la estación.
En su vida diaria, Orcajo se define como un “6 en 1”, ya que, como él mismo cuenta, hace las tareas propias de ama de casa, trabaja como jardinero en el instituto local, crea su obra artística, mantiene su jardinería y el edificio y saca algún que otro rato para su ocio. Sin embargo, admite que, para los artistas, esta última parte escasea. Eso sí, él disfruta agotando y bebiéndose los días “hasta el último tramo” como si cada uno fuera el último. No soporta ni concibe la idea de una diversión pasiva y no le llena el ocio tal como lo percibe la gran mayoría de la población. “Casi todo el gesto que yo tengo circula en torno a la estación y su espacio, porque si te dispersas, al final de tu vida tienes la sensación de que no has hecho nada”, reflexiona Orcajo, que no ve sentido a la existencia humana si la propia fuerza no se proyecta en objetivos activos. Para él, el “no puedo” solo es un obstáculo al que hay que hacer frente evitando calcular los propios esfuerzos. Así lo hizo cuando cogió las riendas del recinto ferroviario, al que ha dotado de una aparente coherencia sin tener la intención inicial de dársela, aún cuando era ya “un tío de 30 años”.
Pero hoy en día, cuando paseas por la estación, es inevitable ver el sello de Orcajo en cada una de las obras de arte que tiene distribuidas a su libre albedrío, sin pedir ningún tipo de autorización. Una cama atravesada por una lanza, una silla burguesa atrapada en una jaula, una columna hecha con la madera de una tarima, la silueta de un gato atrapada en un bloque de cemento… Todo ello refleja una filosofía de vida de un hombre que no solo pretende hacer estrategias políticas con sus acciones, sino hacer ver que la consagración del artista no tiene que depender de los museos o las galerías, que solo buscan el negocio.
“El arte no existe, existe un mercado del arte que lo gestiona y que, como el traficante, saca su beneficio, y como no me gusta que trafiquen con mi obra, prefiero no sacar ningún beneficio económico”, asevera Orcajo, para quien es más importante ser conscientes de que todos somos creadores (que no artistas) con potencial para dejar nuestra impronta en todo lo que hacemos, para hacer único todo aquello que produzcamos. Para nuestro anfitrión, un creador siempre está forjando su ideología y su pensamiento, por lo que no necesita “ni dios, ni Estado ni patria”. De hecho, Orcajo está convencido de que su aportación a la patria puede ser “bastante más grande que aquellos que cogen la p*** bandera para vestirse con ella y hacerse un traje a medida”.
Precisamente por esa libertad a la que apela a la hora de crear, el artista olmedano se ve como el pajarito que desafía al invierno aunque sepa que puede morir. Cuando elabora sus figuras para desafiar y “atrapar” a la burguesía pasiva, es capaz de plasmar su forma de ver la vida en la estación, un lugar marginal donde desarrolla una fuerza y potencia que en cualquier otro sitio podría molestar. “Si me dan trabajo, un piso y estabilidad, me acabo colgando; trabajo mejor en la cuerda floja”, asegura Orcajo, que en varias ocasiones señala lo que cualquier burgués terrenal vería como el guirigay de cachivaches que este hombre ha montado donde hace años se vendían billetes de tren. Como “país de mirones” que es España, esta idea no suena nada descabellada.
Pero para Félix, su hogar y los elementos con los que lo ha ido construyendo y decorando es mucho más que eso. Aunque comparta todo su jardín y sus creaciones artísticas con aquellos que se acerquen hasta la estación, considera que se ha “dejado sangre” en todo ello como para que, en algún momento, un movimiento burocrático se lo pueda arrebatar todo como si nada. Por eso, tiene que claro que si en algún momento Adif decidiera rescindir el contrato con él, arrasaría con todo lo que pudiera. “Tiene que haber una diferencia entre un Félix Orcajo y un no Félix Orcajo, se tiene que ver la diferencia entre cuando estoy y cuando no estoy”, argumenta este artista.
Aunque se mantiene alejado de toda la maquinaria política de nuestro país y con la idea de que la democracia española ha fracasado, Orcajo no se considera un lobo solitario, sino un “animal social” al que le gusta “cazar en manada” y construir su alma a lo largo de su vida, con independencia de los títulos académicos o los logros materiales que se puedan conseguir.
Félix esconde en su mirada un cierto orgullo hacia la obra que ha ido construyendo con sus propias manos: una estación de la que ha hecho un gran complejo artístico y botánico gracias a unas manos que se han movido libres, como las alas del pájaro que desafía al invierno.
Reacio a las visitas turísticas, en su particular retiro ha encontrado una forma de estar en contacto con la naturaleza, pero también de estar contento consigo mismo. Muchas de las obras de Félix Orcajo se erigen inacabadas en la periferia de la Ciudad del Caballero para no causar un vacío a su creador, quien no tiene intenciones de abandonar esta parada en la que se bajó hace casi 20 años.



















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